viernes, 13 de enero de 2012


Cuando entro por la “puerta” de Cham, lo primero que pienso  es  en el stress que me espera, colas, gente, Chamonix bus, organizar, hotel, calles, bullicio alpino y toda la parafernalia de la capital del alpinismo, ahí comienza mi historia de amor y odio con Chamonix.
Porque guiar en esas tierras no es tarea fácil ( y nadie lo pretende) porque ahí reside el picante, Cham es el lugar ideal para la profesión, donde más tienes que afinar dentro y fuera del escenario, dentro porque las montañas del valle impresionan solo con echarles un vistazo desde las calles, porque las incomodidades de las a veces jornadas multitudinarias te hacen pensar que pinto yo aquí, pero a la par te quedas embelesado con los libros, los personajes, las calles, los bares, las historias…
Fuera, porque fuera, el escenario grandioso que ves desde la ciudad se convierte en el terreno de juego más maravilloso que puedas imaginar, porque hundirte y salir a flote en el bosque de Los Montets no tiene precio, porque encarar un corredor de 800 metros de desnivel del Brevent en una esquiada armoniosa y lenta no lo puedes imaginar en otro lugar con los tejados blancos esperándote al fondo, porque deslizarte por el Valle Blanco, por los Envers, metido en un fascinante mundo de grietas azules, de seracs con formas caprichosas, de recovecos encontrados entre el hielo y las rocas, es un viaje a las verdaderas entrañas de uno de los glaciares más elegantes de la vieja Europa, es igual que la llegada sea otra vez sinónimo de colas, estrecheces y incomodidades, lo antes vivido cura todos los males de el inconveniente de encontrarte en Cham, la ciudad alpina, probablemente con más enganche, y porque no, todo hay que reconocerlo a veces lo amado no es lo ideal…

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